El escritor pensante
De nuevo volvía a sí mismo, a su pequeño rinconcito que eran sus ideas. Podía recorrer calles y calles y sin embargo permanecer en un mismo lugar, en cambio sólo bastaba sentarse a pensar y soñar para volar, volar muy lejos. A menudo su cuerpo y mente se dividían para transitar espacios distantes entre sí. Luego volvían a fusionarse para producir esa sinergia de pasiones, esa explosión interior más fuerte que cualquier bomba atómica. Alguna vez estuvo tanto tiempo pensando que se había olvidado de comer , dormir y casi hasta de respirar. Suspiraba por pensar cuando lo inducían a lo contrario. Muchas veces engañó haciendo que no pensaba mientras sí lo hacía. Era difícil detectarlo, por mucho que pareciera atareado con alguna actividad mundanal, él siempre sacrificaba momentos de atención a aquello a lo que se debía para dedicarlos a la difícil tarea de fabricar ideas que lo maravillaran, como si un niño se contara maravillosos cuentos a sí mismo. Claro que no siempre eran cuentos bellos y no siempre le gustaban los finales, a veces la mala de la historia le estropeaba la fantasía de su propio relato pensante, pero eso tenía fácil solución: matar a la mala y salvar a la princesa. El inconveniente es que a veces tampoco le gustaba como se mataba a la mala o cómo se rescataba a la princesa. Su problema, quizás, es que fuera demasiado inconformista hasta con sus propias creaciones, pues jamás hallaba nada que lo sedujera profundamente.
Toda desazón que encontraba en su polvorienta alma la aireaba con el vaivén de su imaginario, aquella única razón que le recordaba que todo está por descubrir , siempre y cuando uno sea optimista como un niño. Aunque bien esto podría considerarse voluntad de adulto, un niño posee la tenaz creencia de que todo cuando ve puede ser una verdad relativa o un misterio por descubrir, en cambio el adulto reconoce el callejón sin salida y si sabe, sabrá darse la vuelta para volver, o permanecer para morir.
Sus libros y su rinconcito era su universo. También los lugares espirituales – así los llamaba él – lo embrujaban. Sabía que su mundo no era El Mundo, que en su mundo habitaba la ausencia de ira y odios, pues no existía sufrimiento. Pero pronto se dio cuenta que vivir es sufrir en tanto en cuanto aprendemos a vivir sabiendo sufrir. Rehizo su mundo para que existiera sufrimiento, y halló que su mundo ahora era más similar a El Mundo, en donde se mata por venganza y ansias de poder. En un principio él fue quien gobernó su mundo, intentando imponer sus directrices, pero también se dio cuenta que si lo hacía su mundo terminaría siendo El Mundo, así que se mató a sí mismo como gobernador. Y entonces surgió la ingravidez. Dejó de pesar y podía ir a donde quisiera. También la ingravidez le produjo malestar, pues tampoco estamos hechos para volar, había pensado en alguna ocasión. De esta guisa pasaban los días de nuestro dócil pensador, un día agregaba una pasión a su mundo, al otro eliminaba una mala conducta, al siguiente lo destruía, al otro lo resucitaba…
Sabía que su pensamiento influía sobre su cuerpo, imponiendo fatiga o euforia, melancolía o ilusoria alegría. Por eso hubiera preferido nacer espíritu , para pensar como un hombre sin sus padecimientos, pero pensó que jamás pensaría como piensa si los grilletes del corazón no estuvieran fuertemente sujetos a las paredes del alma. Así que podría pensar como un espíritu, pero se preguntó: - ¿y cómo lo harán ellos?- Y se respondió que sólo Dios lo sabe sin apenas percibir que aquel al que llamaban Dios no era una concreción sino una abstracción. La abstracción del laberinto de la psique y la pasión. Y también se dijo: - ¿existiría Dios si fuésemos ranas?, y pensó: - probablemente sería un Dios en forma de lombriz con cabeza de mosquito, aquello de lo que nos sustentamos, sólo que no lo adoraríamos porque no lo conoceríamos. ¿Qué ocurre pues cuando el alma se transforma por las preguntas del entorno del porqué de la lluvia al porqué de nuestra existencia? Pues que las respuestas se vuelven metafísica, y las respuestas no son tan respuestas porque no somos espíritu. ¿Existiría Dios en un universo sin materia? ni Dios lo sabe.
Así discurrían eternos los días y las horas, tiempo también esclavo de la falsa omnipotencia del hombre. Tiempo que era cemento para nuestro pensador, que era y es regalo y tortura, padecimiento y libertad, medianoche y amanecer. Creía que algún día conocería aquello que los hombres llamaban locura, pero ¿cómo sabían ellos qué era la locura? ¿acaso alguien había estado loco y había vuelto a la cordura para contarlo? creía que ya empezaba a estarlo y no sabía porqué, era una intuición, como con Dios.
Amaba la literatura, porque él mismo la era. Admiraba a quienes escribían por vocación, como desgarro de existencialismo, como utopía. Siempre pensó legar a sus descendientes – si los tuviera – una colección de cuentos pensados que lo habían deleitado en su propia cabecita alguna solitaria noche. Una colección de divagares en su encarnizada lucha de ideas, ¿pero cómo registrar tal cantidad de información sin perder información en el intento? Había pensado que la pérdida de información era inaceptable , pues era necesaria para lo que viniera después. La síntesis lo oprimía. ¿Con qué pretensión legaría su vida a otra vida de su sangre sin darle tiempo a vivir su propia vida? Sólo quería escribir para sí, como llave maestra de este prisma que es su mundo dentro de El Mundo. Sin embargo, el proceso de escritura requería pensar en cómo escribir, y él prefería pensar en otras cosas que pensar en cómo escribir. Quizás no escribía porque realmente no era muy habilidoso – al menos él así lo creía - , o porque sus ideas no le dejaban sentenciar en papel algo definitivo y eterno. El caso, es que sin saber cómo, un día escribió cómo alguien escribió sus más triviales y profundas crisis de escritor.
FIN
Toda desazón que encontraba en su polvorienta alma la aireaba con el vaivén de su imaginario, aquella única razón que le recordaba que todo está por descubrir , siempre y cuando uno sea optimista como un niño. Aunque bien esto podría considerarse voluntad de adulto, un niño posee la tenaz creencia de que todo cuando ve puede ser una verdad relativa o un misterio por descubrir, en cambio el adulto reconoce el callejón sin salida y si sabe, sabrá darse la vuelta para volver, o permanecer para morir.
Sus libros y su rinconcito era su universo. También los lugares espirituales – así los llamaba él – lo embrujaban. Sabía que su mundo no era El Mundo, que en su mundo habitaba la ausencia de ira y odios, pues no existía sufrimiento. Pero pronto se dio cuenta que vivir es sufrir en tanto en cuanto aprendemos a vivir sabiendo sufrir. Rehizo su mundo para que existiera sufrimiento, y halló que su mundo ahora era más similar a El Mundo, en donde se mata por venganza y ansias de poder. En un principio él fue quien gobernó su mundo, intentando imponer sus directrices, pero también se dio cuenta que si lo hacía su mundo terminaría siendo El Mundo, así que se mató a sí mismo como gobernador. Y entonces surgió la ingravidez. Dejó de pesar y podía ir a donde quisiera. También la ingravidez le produjo malestar, pues tampoco estamos hechos para volar, había pensado en alguna ocasión. De esta guisa pasaban los días de nuestro dócil pensador, un día agregaba una pasión a su mundo, al otro eliminaba una mala conducta, al siguiente lo destruía, al otro lo resucitaba…
Sabía que su pensamiento influía sobre su cuerpo, imponiendo fatiga o euforia, melancolía o ilusoria alegría. Por eso hubiera preferido nacer espíritu , para pensar como un hombre sin sus padecimientos, pero pensó que jamás pensaría como piensa si los grilletes del corazón no estuvieran fuertemente sujetos a las paredes del alma. Así que podría pensar como un espíritu, pero se preguntó: - ¿y cómo lo harán ellos?- Y se respondió que sólo Dios lo sabe sin apenas percibir que aquel al que llamaban Dios no era una concreción sino una abstracción. La abstracción del laberinto de la psique y la pasión. Y también se dijo: - ¿existiría Dios si fuésemos ranas?, y pensó: - probablemente sería un Dios en forma de lombriz con cabeza de mosquito, aquello de lo que nos sustentamos, sólo que no lo adoraríamos porque no lo conoceríamos. ¿Qué ocurre pues cuando el alma se transforma por las preguntas del entorno del porqué de la lluvia al porqué de nuestra existencia? Pues que las respuestas se vuelven metafísica, y las respuestas no son tan respuestas porque no somos espíritu. ¿Existiría Dios en un universo sin materia? ni Dios lo sabe.
Así discurrían eternos los días y las horas, tiempo también esclavo de la falsa omnipotencia del hombre. Tiempo que era cemento para nuestro pensador, que era y es regalo y tortura, padecimiento y libertad, medianoche y amanecer. Creía que algún día conocería aquello que los hombres llamaban locura, pero ¿cómo sabían ellos qué era la locura? ¿acaso alguien había estado loco y había vuelto a la cordura para contarlo? creía que ya empezaba a estarlo y no sabía porqué, era una intuición, como con Dios.
Amaba la literatura, porque él mismo la era. Admiraba a quienes escribían por vocación, como desgarro de existencialismo, como utopía. Siempre pensó legar a sus descendientes – si los tuviera – una colección de cuentos pensados que lo habían deleitado en su propia cabecita alguna solitaria noche. Una colección de divagares en su encarnizada lucha de ideas, ¿pero cómo registrar tal cantidad de información sin perder información en el intento? Había pensado que la pérdida de información era inaceptable , pues era necesaria para lo que viniera después. La síntesis lo oprimía. ¿Con qué pretensión legaría su vida a otra vida de su sangre sin darle tiempo a vivir su propia vida? Sólo quería escribir para sí, como llave maestra de este prisma que es su mundo dentro de El Mundo. Sin embargo, el proceso de escritura requería pensar en cómo escribir, y él prefería pensar en otras cosas que pensar en cómo escribir. Quizás no escribía porque realmente no era muy habilidoso – al menos él así lo creía - , o porque sus ideas no le dejaban sentenciar en papel algo definitivo y eterno. El caso, es que sin saber cómo, un día escribió cómo alguien escribió sus más triviales y profundas crisis de escritor.
FIN